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Cómo nuestras compras pueden cambiar el mundo


Calle Preciados el pasado jueves

En medio de la época de consumo navideño vale la pena cuestionarse acerca del low-cost, las campañas de consumo consciente y los mercadillos alternativos de la capital.

Un día, en una tienda de la cadena irlandesa Primark, compré una ganga. Era un bolso de seis euros, estupendo, a la última, con sus correas, cierres y abrochaduras. Cuando pasé pasar por caja descubrí que había un error: no costaba seis euros, sino tres. ¡Un bolso estupendo por tres euros! Me sentí casi como aquella vez que viajé con mis colegas a Marruecos por dos pavos, ida y vuelta: eran los tiempos en los que la muchachada adorábamos a Ryanair como a un ídolo milagroso y benefactor.
Una vez que llevé el bolso a casa me entraron dudas y me hice la pregunta clásica: ¿cómo lo hacen? ¿Cómo consiguen ciertas empresas ofrecer sus productos por un precio tan bajo; de qué forma ganan beneficios? El low-cost ha sufrido un auge muy comprensible en tiempos de crisis económica, de cinturones apretados, en los que, aún así, la gente sigue deseando consumir lo mismo. La sensación de encontrar una ganga, de sentirse inteligente -como yo con mi bolso de tres pavos, que, por cierto, se me rompió al mes-, engancha, además. Pero en el fondo no somos nosotros, adquiriendo esos chollos, los que ganamos, aunque tengamos esa sensación: somos la pieza del proceso que más desconoce el proceso entero. Tal cosa es barata, sí, pero, ¿sabemos por qué? ¿Y a qué precio?

El verdadero coste de las gangas
El caso Primark, cadena con unos precios un 60% inferiores a la media del mercado, es poco transparente. Su director en España, José Luis Martínez de Larramendi, haya dicho que en su éxito “no hay secreto” y que “se trata de mover grandes volúmenes, de mantener los márgenes bajos” para lograr esos precios tan bajos; sin embargo, no hay realmente mucha información de dónde fabrican su producto, cómo lo distribuyen y en qué circunstancias.
Si hacemos el esfuerzo de pasar de consumidores a consumidores activos, y si vemos estupendo análisis tan simple y brillante que es el vídeo “La historia de las cosas”, nos queda bastante claro algo: que el precio verdadero de un chollo no lo pagamos nosotros, ni nos lo regala el vendedor, sino que realmente lo están pagando otros. No con dinero, es verdad: lo pagan con el deterioro de sus condiciones laborales, de su medio ambiente, de su seguridad… etc.
Así puede entenderse cómo obtienen beneficios empresas low-cost aparentemente milagrosas como Ryanair (y sus aviones medio llenos de combustible), Ikea (implicada en la deforestación ilegal) o la española Mercadona, cuyo director aplaudía la reforma laboral e instaba a los españoles a acercarse al modelo de trabajo chino. Todo recuerda a aquellos niños pakistaníes cose-balones de Nike que nos dieron, hace una década, varias lecciones: la del negocio redondo que hacen las multinacionales y, aún más importante, la de que los consumidores podíamos posicionarnos al respecto por medio, simplemente, de no comprar balones Nike. 

Imagen de la campaña Knowcosters

“Cuando consumes, votas”
Los compradores no acabamos de entender el poder que tenemos, que es enorme: probablemente porque a los vendedores les interesamos así. Un consumidor que no se cuestiona no castiga al empresario comercializador de armas o envenenador de ríos: la inmoralidad, así, sale gratuita. La campaña Knowcosters, bajo el lema “si no consumes como piensas, acabarás pensando como consumes”, propone un nuevo modelo en el que el comprador conozca no sólo los costes visibles del producto (el precio venta al público) sino también los costes indirectos, que no se ven y que, a la vez, pagamos todos: coste estado de bienestar y coste planeta. Su creador, Miguel Conde Lobato, dice:
<<Cuando los consumidores optamos por un producto, le estamos mostrando nuestro apoyo y por tanto, también estamos apoyando a la fábrica o empresa que lo produce y al entorno económico y social en que es producido, configurando de forma directa el mundo en el que vivimos>>.
En su página propone a los vendedores interesantes medidas, como el triple marcaje, para que los productores den información clara de sus productos: no sólo su precio sino, también, si respetan el medio ambiente o las condiciones de los fabricantes. Asegura que el estado de bienestar, que ha estado siempre en peligro (“El problema ha sido olvidar que es algo frágil”), puede ser aniquilado por varias conductas erróneas: entre ellas, no pagar impuestos, hacer un mal uso de determinados servicios públicos… y, por supuesto, consumir mal. Los ciudadanos, en otras palabras, tenemos la solución en nuestros bolsillos. 

Mercado de cedés en la plaza Dos de Mayo

Alternativas navideñas
Así pues, en estos días en los que se imponen las luces navideñas y la tradición de demostrar afecto de forma material, vale la pena, ante la ola de consumo masivo, preguntarse dónde comprar. Si el consumo es la última democracia que nos queda, es mejor hacerlo bien. Podemos darle la espalda a la Fnac e Inditex, cambiar Preciados por las tiendas de cualquier barrio o los puestos ambulantes. Esto último no es nada difícil: en Navidad abundan los mercadillos efímeros y las iniciativas de trueque. Sólo en la página Somos Malasaña puedes ver un buen puñado de actividades que tuvieron lugar durante los meses de diciembre y enero: el mercadillo La Creativa, el mercadillo solidario navideño, una recogida de juguetes, el mercado de trueque de la Casa Franca… Sin hablar de los grandes puestos, puntuales en estas fechas, como el de Plaza de España.
Este jueves, en la misma Malasaña, visité algunas pequeñas tiendas de discos, un mercadillo en la plaza del Dos de Mayo (lleno de vinilos y bisutería manual) y alguna tiendecita de libros, y completé la lista de regalos. Es estupendo saber, filosofías aparte, que hay alternativas a las colas inmensas de la Fnac.

Tienda en Malasaña
 


Artículo de Diana Moreno




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